¿A quién creen que engañan?
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Ahora dicen que no. Que jamás se habrían atrevido a plantearlo siquiera. Que el petróleo es de la nación y que nadie en el gobierno federal ha tenido antes o tiene ahora intención alguna de privatizar Pemex. De eso no se trata la reforma energética —gritan a los cuatro vientos sin atreverse a presentar su iniciativa— sino de todo lo contrario: de convertir a la paraestatal, al menos eso debemos inferir de sus fintas y declaraciones, en un ariete de desarrollo, con el concurso, sí, de nuevos actores en el proceso pero sin perder jamás —enfatizan con melodramática solemnidad— el control sobre nuestros recursos naturales.

Al tiempo que se curan en salud —luego de haber lanzado una multimillonaria campaña publicitaria que sólo les sirvió para detectar un enorme desacuerdo social con su estrategia— aprovechan todos los espacios para descalificar, en tanto se reagrupan, la movilización que en defensa del petróleo se está organizando y tachan sin ningún recato de locos, de provocadores, a quienes pensamos que pende sobre nuestras cabezas el peligro real e inminente de que Calderón y su gobierno intenten, con una especie de albazo legislativo, despojar a la nación.

Porque más allá de la simulación y las maniobras mediáticas del gobierno y de quienes se han convertido, en la práctica, en defensores de su política energética, hay que decir que en nuestro país, en las altas esferas del poder político y económico, existe, ha existido de hecho desde hace décadas, una corriente de pensamiento privatizador que hoy se siente en la posición y con la fuerza necesaria para consumar sus propósitos.

No se trata, pues, sólo de una ocurrencia coyuntural —la campaña contra Pemex lleva al menos dos sexenios—, sino de una firme determinación surgida casi al mismo tiempo que se produjo, con el general Lázaro Cárdenas, la expropiación petrolera y exacerbada a partir de la llegada al poder, con De la Madrid y luego Salinas de Gortari, de los tecnócratas neoliberales.

Justo para oponerse al cardenismo es que nació el PAN. Largo fue el camino para llegar al poder. Fox intentó la privatización sin lograr una correlación favorable de fuerzas. Calderón no puede, no quiere, no debe perder la oportunidad y se siente más fuerte y mejor arropado.

No se trata tan solo de una cuestión que desde su código genético los panistas traen precargada sino, además, del cumplimiento de compromisos políticos y económicos con aquellos gracias a los cuales conquistaron, a la mala, el poder. Llegó a Calderón y a los suyos la hora de pagar facturas. Ahí está el tesoro escondido en el fondo del mar para hacerlo. Echarán mano de él en cuanto puedan.

Pragmáticos como son pueden haber postergado como táctica, ocultado por conveniencia, su propósito privatizador de la industria petrolera. Nadie con dos dedos de frente sale a campaña prometiendo privatizar el petróleo. Nadie encontrará en el discurso panista evidencia abierta de este propósito. No ha perdido, sin embargo, este impulso original, fundacional del PAN, fuerza alguna. Al contrario. Como nunca, ven aglutinarse alrededor de este objetivo fuerzas políticas y económicas que están dispuestas a dar el todo por el todo para conseguirlo y llevarse su tajada.

Esta idea, esta convicción privatizadora es compartida por muchos miembros activos y ex miembros prominentes del PRI que son hoy el punto de apoyo fundamental de la maniobra calderonista. Si bien al propio Salinas de Gortari se le hubiera hecho, desde el poder, difícil avanzar en esta dirección, hoy sus afanes pueden verse cumplidos así sea por interpósita persona.

Lo que en el gobierno no pudieron conseguir los tecnócratas del PRI piensan hoy lograrlo de la mano del PAN, cobrando, por supuesto, muy caro el peaje.

Que el PAN privatice y pague, con su próxima derrota en las elecciones presidenciales, el costo de esta traición. Ya habrá tiempo para que el PRI, piensan sus dirigentes, de regreso al gobierno, administre esta nueva bonanza petrolera, producto del despojo a la nación.

Otro tanto sucede con la inmensa mayoría de los empresarios. Más allá de coincidencias ideológicas y de un desprecio genético a la participación del Estado en procesos económicos, en su lógica comercial muchos miembros de la iniciativa privada hacen ya un reparto anticipado de las utilidades que habrá de dejarles una participación —como protagonistas o como intermediarios de las empresas extranjeras— aun más activa en la industria petrolera.

También muchos académicos, intelectuales y líderes de opinión piensan, como sus cadenas, que Pemex es un dinosaurio del que es preciso desembarazarse y que la inserción de México en la nueva economía depende de las llamadas reformas estructurales, entre las que destaca, y urge, la reforma energética. No hablan, claro está, de privatizar en tanto resulta políticamente incorrecto, pero en el pensamiento económico del que se nutren ese fantasma no deja de rondar.

Con el apoyo de militantes del PRI, de la empresa privada, de un sector de la academia y la prensa —éste es su orden de batalla—, Calderón, quien urge, pues sería catastrófico no hacerlo, a la acción, se prepara para un combate que no puede evitarse y que será decisivo.

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