Debate del debate
No es lo mismo golpe de Estado que “golpe frontal al Estado y a las instituciones”
Debemos reconocer al Consejo Coordinador Empresarial su cuidado de no usar, en su desplegado del viernes, la frase que el diccionario de la RAE define como “actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes”. Los empresarios sustituyeron la palabra “de” por “frontal al” y dieron otro valor a su mensaje a la opinión pública. No así algunos medios que por malicia, ignorancia o descuido de buena fe, cabecearon la nota y hasta alguna primera plana con la frase que puede causar, con razón, una alarma injustificada. No dice eso el mensaje empresarial, se agradece, ya hay muchos fierros en la lumbre y no es prudente poner otros.
La semana comienza con un intento de acercar los extremos para llegar, en el justo medio salomónico, a la fijación de un plazo suficiente para debatir el proyecto de reforma petrolera. La muy criticada, no sin razón, toma de las tribunas legislativas, ha venido a demostrar que a veces en la práctica el fin justifica los medios. Sin esa operación sorpresiva, la reforma, presentada sin discusión de ninguna especie, con la agravante de la nocturnidad, ya estaría aprobada o lo sería hoy o mañana, tal como Dios la trajo al mundo. Y tal como la entregó el presidente Felipe Calderón a un Congreso de mayoría sumisa, el mismo que en siete minutos, sin lectura previa, aprobó por unanimidad la ley Televisa que la Suprema Corte rechazó en forma tajante.
Gracias a esa toma de tribuna debemos admitir, aunque no la aprobemos, que los legisladores se dieron cuenta de que el debate merece más tiempo. Ahora resulta que todos se han convencido de la necesidad de una discusión que pretendían sostener en sus horas libres, en las sobremesas o en dos fines de semana de abril. El FAP propuso 120 días. El senador Beltrones, suponemos que en nombre del PRI, aconsejó 50 días porque tal vez el 51 tiene algún compromiso ineludible. El FAP reviró con una sota que se sacó de la manga: vamos haciendo un referéndum, como si fuera “enchílame otra gorda” y las gordas tuvieran un sustento jurídico del cual carecen en la legislación mexicana. Fue entonces que el senador Creel ofreció un toro de regalo llamado “tercera vía”: la duración del debate no debe tener plazo fijo, nada de 120, nada de 50, los días que sean necesarios, sin límite de tiempo, para “tener un buen programa que le sirva al Senado para su dictamen. En consecuencia, estamos abiertos a ese diálogo y a esa negociación” dure lo que dure. Y la señora Georgina Kessel, secretaria de Energía, sufre las ansias de lo impostergable y da un golpe de timón al declarar a periodistas que no son las prisas (que tanto la angustiaron 10 días antes, al presentar el proyecto), sino el análisis cuidadoso, lo que debe establecer el término del debate. Ya encarrerados en esa entrevista de banqueta, los periodistas le preguntaron cómo se enteraron banqueros y bolsistas del negocito de los bonos petroleros, 12 días antes de que ella ofreciera esa sorpresa dentro del proyecto elaborado con sigilo en Los Pinos. “La verdad, no tengo una respuesta al respecto”, dijo a La Jornada. El bisnes que ya se cocinaba, es uno de los muchos que tendrán que esperar, aunque se le agoten otros yacimientos a Exxon, por el capricho absurdo de debatir la ley antes de votarla.
Mientras, algunas posturas se polarizan y los enconos crecen, los desafíos barriobajeros muestran su catadura siniestra, aunque los produzca en la diestra un legislador dispuesto a rajarle la cara a cualquiera, heredero cerebral del muñeco de Paco Miller. Y en el canal 2, horario estelar del jueves, se transmite un spot patrocinado por una organización fantasma, en que compara a AMLO con Hitler, Mussolini, Pinochet y Victoriano Huerta. Esta transmisión es un acto soez que muestra cómo el uso criminal de la televisión puede ser más pernicioso y peligroso que la toma de cualquier tribuna, porque, ese sí, es el secuestro de una tribuna, en este caso concesionada por el pueblo de México para su buen uso y no para la calumnia y la descalificación de un político mediante la injuria más baja que se ha visto en la televisión mexicana desde su fundación. Provocaciones como las mencionadas no merecerían comentario, si la historia no aleccionara sobre quienes pasan de las palabras delirantes a los hechos desmesurados que ellas presagian. Cuidado, no se excedan. Hasta ahora no se ha roto un vidrio, ni pintado una pared, ni golpeado a un transeúnte.
En fin. El proyecto que se apruebe de ninguna manera será el que fue. La vía corta es cosa del pasado. La urgencia de rescatar el tesorito milagroso y el madrugador frenesí bursátil, requieren paciencia. La ocupación de tribunas ha convencido a muchos mexicanos, aun a los que están contra el método, de que se iba a cometer el error histórico de validar una ley sin el debido escrutinio serio y público.
Si en un lugar tan céntrico, iluminado y abierto como el Paseo de la Reforma, donde se avecina la BMV, pueden alojarse operaciones sórdidas, cabe preguntarse, antes de aprobar cualquier ley, cuántas se ocultan en las honduras tenebrosas del golfo de México.
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