EL OBRADOR DE ECUADOR.


Cátedra desde la crítica al neoliberalismo

Rafael Correa, economista y ex profesor universitario, abrió su conferencia evocando el 68 en Tlatelolco y las aportaciones al pensamiento universitario de los ecuatorianos Agustín Cueva y Bolívar Echeverría, y exclamó: “¡No hay universidad sin rebeldía!” De ahí partió para hacer la reseña de lo que se ha hecho en su administración en los últimos 15 meses, periodo en el que ha logrado, dijo, “suficiente apoyo político para llevar a cabo una agenda nacional”.

Se refirió a las grandes líneas emprendidas en su gestión, en el contexto del objetivo de desarrollar lo que, como lo hace el presidente venezolano Hugo Chávez, llama el socialismo del siglo XXI. Con un estilo que lo coloca, sin embargo, en el extremo opuesto a su telúrico homólogo en Caracas, Correa habló más como académico, con marcado acento en cuestiones de técnica económica. Explicó su política de equidad tributaria, que levantó ámpula en la oligarquía local; de los acotamientos a la economía especulativa; la reducción de las tarifas eléctricas para los sectores populares, y de la reforma laboral que frenó la “mal llamada flexibilización laboral” que impusieron los gobiernos anteriores, vulnerando los derechos de la clase trabajadora.

Y como presidente de una nación petrolera, explicó su estrategia para lograr una “economía pospetrolera”, que no haga depender a su país de la extracción y venta del hidrocarburo, sino del desarrollo de otros sectores.

Acusado de ser “populista” por los conservadores –como sucede con sus homólogos, Chávez, Evo Morales y Cristina Kirchner–, el presidente ecuatoriano propuso: “Lo que debería atravesar el afán de los países de nuestra región es acortar la enorme brecha que existe entre la opulencia y la pobreza extrema”. Negó, por último, que su gobierno sea desestabilizador. “Por el contrario, somos un gobierno popular con una inmensa legitimidad.” Admitió, sin embargo, que su proyecto “quiere subvertir el orden que estuvo vigente durante la larga noche del neoliberalismo” para “reconstruir el deseo de saber que podemos soñar”.

Y el pueblo ecuatoriano, concluyó, después de 25 años y decenas de gobiernos inestables y conservadores, se ha dado cuenta “que las uvas no son tan amargas y que hay una luz al final del túnel”.

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