FECAL EL DERROCHADOR

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Calderón: derroches, placeres y buena vida
DANIEL LIZáRRAGA
En una suerte de ritual de traspaso de potestades para ejercer la opacidad, y muy probablemente la corrupción, el último de los mandatarios del PRI, Ernesto Zedillo, donó al primer presidente panista, Vicente Fox, más de 24 millones de pesos en un fideicomiso privado, fondos cuyo destino se desconoce hasta ahora. En una réplica casi de espejo, Felipe Calderón tuvo a su disposición 130 millones de pesos, que gastó en banquetes, edecanes, estudios de imagen… Estos hechos son exhibidos en el libro La corrupción azul, trabajo de investigación con el cual su autor, Daniel Lizárraga, reportero de Proceso, ganó el Premio Debate organizado por Random House Mondadori. Con la autorización de esta casa editorial y del autor reproducimos aquí el capítulo titulado Derroches, placeres y buena vida.

Cuando Felipe Calderón abrió los ojos la mañana del 6 de sep­tiembre de 2007, en su casa del barrio de las Águilas, estaba exhausto… y feliz. Durante dos años, como un robalo nadó siem­pre contra la corriente para ganar la presidencia. Pero ese día, antes de que saltara de la cama, las cosas habían cambiado tan drásticamente que su equipo de colaboradores no se daba abasto para atender las peticiones de audiencias. En la lista querían estar todos: obispos piadosos, dueños de los medios de comunicación cazando publicidad, panistas arrepentidos, priístas desbalagados, músicos solidarios, empresarios buscando contratos y funciona­rios amenazados por el desempleo.

En cuanto puso un pie en la calle aquella mañana, Felipe Calderón lo menos que podía sentirse era desprotegido. No sólo por la caravana de gente que tocaba a sus puertas. No. También porque el haber arrancado sin un peso en la bolsa durante la pre­campaña ya sería sólo un capítulo de su epopeya. A partir de ese momento tenía a su disposición 130 millones de pesos deposi­tados en un fideicomiso administrado por el Banco del Ejército (Banjército). Él, como presidente electo, podía utilizar esos fon­dos en lo que quisiera o en todo aquello que su equipo sintiera que les hacía falta. La dote del poder.

Quienes lo siguieron desde los tiempos de la precampaña cuentan que cuando Calderón renunció como secretario de Ener­gía en protesta por la reprimenda que le aplicó Vicente Fox, por haberse destapado como candidato, no contaba más que con una mesa de plástico sin paño, unas cuantas sillas, un par de computa­doras personales, un automóvil Golf blanco 1993 y una pequeña casa en renta ubicada en la calle Nueva York a la que llamaban "el gallinero", ya que el agua se metía por todos lados cuando caían chubascos.

Entre sus amigos se repartían los gastos. Su esposa Margarita Zavala tomó las riendas de la casa familiar con su sueldo de dipu­tada. En ese mayo de 2004 no tenían un peso partido por la mitad para arrancar. Pero eso era parte de la historia. Durante los tres meses que duró el periodo de transición, Felipe Calderón y sus amigos utilizaron el dinero público para pagarse suntuosos ban­quetes, comidas en zonas exclusivas de Polanco, rentas de camio­netas blindadas y, sobre todo, modelos y edecanes para engalanar sus actos y reuniones privadas, de ésas que sólo pueden verse en la televisión o en revistas. Cada día, en promedio, derrocharon 214 mil 811 pesos.

Si antes sufrieron para obtener fondos y enfrentar al gallo del gobierno foxista, Santiago Creel, ahora nadie podía impedir que ocuparan lujosas casas como oficinas, servicios de valet parking para sus invitados especiales, seguridad privada, estacionamien­tos privados, teléfonos con cuentas abiertas y flores a diario para sus escritorios. En esos tres meses gastaron 25 millones 781 mil pesos, sólo en este tipo de servicios.

La sede principal del cuartel de guerra de los calderonistas era una casona ubicada en la calle de San Francisco 1220, en la colo­nia del Valle. Se trataba de una estructura de dos plantas, estilo porfiriana, desplegada a lo largo de una esquina. La entrada era amplia y estaba justo debajo de unos ventanales que sobresalían formando una media circunferencia. Cuatro pilares de piedra flanqueaban el paso de los visitantes. Desde fuera se alcanzaba a ver una ancha escalera que luego se partía en dos. Majestuosa.

La casona tenía 1,200 metros cuadrados, nueve habitaciones que se podían utilizar como oficinas y dos salas de juntas. Des­pués de los calderonistas, empezó a despachar ahí una empresa vendedora de seguros. La renta: 20 mil dólares mensuales, según un anuncio aparecido en 2007 en la revista Expansión, especiali­zada en negocios.

Frente a la entrada existía un pequeño jardín triangular que no podía apreciarse desde la avenida de los Insurgentes, una de las más importantes en la capital mexicana, porque una fuente la tapaba. La caída del agua evitaba que el ruido de los autos tala­drara los oídos cuando se caminaba por los alrededores.

Uno de esos días, la tarde del 5 de septiembre de 2006, esta­lló dentro de esa casa una felicidad contenida durante meses. Los calderonistas veían por televisión cómo los magistrados electo­rales declaraban válida la elección. Max Cortázar, el hombre de la comunicación de ese equipo, salió de la casona. "¡Ahora sí, ya ganamos, amigos!", les dijo a los reporteros que llevaban horas esperando alguna novedad; traía la camisa empapada en champaña.

Su nombre completo es Maximiliano Cortázar Lara y es bate­rista profesional, sin título universitario. Al inicio de la década de los ochenta tocó para la Banda Timbiriche, la que marcó a toda una generación. Un profesor de percusiones argentino, Héctor Baldovinos, ha señalado a Max como uno de los mejores bate­ristas mexicanos que ha conocido. De hecho, participó en un encuentro internacional, una fiesta de los bateristas llamada Seis en el Tiempo, en la que estuvieron jazzistas de la talla de Héc­tor Navarrete, Tino Contreras, Pedro Galindo, Waldo Madera y Hernán Hecht. La crítica especializada le auguraba a Max un gran futuro, pero por alguna razón cambió las batacas por el tra­je de seda.

Uno de sus mejores amigos es Juan Ignacio Zavala, su vecino allá por la zona conocida como el Desierto de los Leones. Ambos comparten música y admiran al baterista Vine Colaiuta, quien ha acompañado al inglés Sting en sus giras mundiales. Poco a poco, la familia Zavala fue acercando al percusionista a las filas del panis­mo hasta convertirlo en miembro activo. Por aquellos años, Max estrechó por vez primera la mano de Felipe Calderón, cuando éste pretendía a Margarita, la hermana de su amigo.

Max Cortázar dejó la seducción del jazz por el vértigo de la política. Juan Ignacio Zavala lo colocó primero en la Procuradu­ría General de la República, luego pasó a la Secretaría de Rela­ciones Exteriores y más tarde a la Presidencia como director de medios nacionales y estatales. Felipe Calderón lo llamó a su lado desde 2004. Desde entonces se han hecho inseparables.

Con la misma fuerza que golpeaba la batería en la Banda Timbiriche, moviendo rítmicamente un enorme copete, ahora reprende a los medios que critican al calderonismo. En diciembre de 2007 llamó al conductor de Monitor, José Gutiérrez Vivó, para advertirle que estaba castigado, y dependiendo de su conducta, podría reconsiderarse una negociación. Estos noticieros radiofó­nicos murieron de inanición ante la falta de espacios comerciales. Antes, desde mayo de ese mismo año, excluyó a la revista Proce­so de cubrir las actividades presidenciales dentro del país y en el extranjero. Su tolerancia no aguantó más de cinco portadas. Max Cortázar está perdiendo el cabello.

¿Qué más podía pedir Felipe Calderón la mañana del 6 de septiembre mientras se lavaba los dientes? Ya tenía la banda pre­sidencial, una constancia de mayoría, un equipo de leales cola­boradores, un Estado Mayor Presidencial a sus órdenes y una abundante bolsa de recursos públicos a su disposición. Quizá sólo había que diseñar una estrategia efectiva, casi quirúrgica, para ren­dir protesta ante el Congreso de la Unión sin ensuciarse el traje. Pero eso vendría después, para él y sus amigos ésos eran días de fiesta, que su triunfo resonara en todos lados.

Cuando Calderón dejó de nadar contra la corriente, la agencia de modelos Multinivel recibió una llamada para solicitarle urgen­temente dos edecanes. La dueña, Leticia Gómez Islas, envió a dos extranjeras. La llamada la hizo una voz que se identificó como Hugo Martínez Mier, miembro del equipo de transición asigna­do a la coordinación de eventos.

El recibo de honorarios, a nombre de Leticia Gómez, dice: "Pago de servicios de modelos 7 de sep. 2006".Luego, con una letra medianamente legible, agregaron: "Pago de servicios por hora extra. Mismo evento". El desembolso fue por 5 mil 290 pesos.

Cuando desplegué el primer vínculo de Multinivel aparecido en internet, brotó una mujer en tanga blanca; de su cadera caía un grueso cinturón negro al estilo de los pistoleros del viejo oes­te. Una camiseta anudada entre los senos y el ombligo dejaban ver un vientre plano como una llanura. Siguiendo sus piernas, delgadas como largas agujas, mi mirada llegó hasta un pequeño texto plagado de faltas de ortografía:

Proveemos a empresas expositoras de modelos y edecanes para rea­lizar la imagen de su compañía. Asimismo proveemos de mode­los para comerciales de televisión y películas. Los ­servicios con los que contamos como agencia de modelos y edecanes son de primera línea, mismas que manejan diversos idiomas, como son el inglés, francés, alemán, portugués, italiano y japonés. Somos una empresa establecida y con amplia experiencia en este rubro operando desde 1987 y a la fecha contamos con haber participado, otorgando apo­yo de nuestro equipo de trabajo en fechas anteriores…

El recibo, marcado con el número 1437, indicaba que la agen­cia estaba ubicada en la calle Elefante 81 penthouse 3, colonia del Valle. A unos cinco minutos del cuartel central de los calderonis­tas. Al llegar a ese sitio encontré un edificio de 10 pisos y, según el vigilante —un guardia privado de abultado abdomen—, ahí no había oficinas ni agencias de modelos. En el Registro Públi­co de la Propiedad de la ciudad de México tampoco aparecieron referencias sobre esa firma y no se encontraron otras propiedades de giro comercial a nombre de Leticia Gómez, al menos hasta el 7 de julio de 2007.

En su página en internet, Multinivel afirmaba contar con experiencia en el manejo de reuniones gubernamentales, pero tampoco hubo rastro de ella en el sistema Compranet, donde las dependencias tienen la obligación de registrar todas sus adquisi­ciones. El director de la agencia ZC Model Management —una de las más importantes en el ramo—, Luis Tagle, afirmó no tener idea de la existencia de ésta.

Al desplegarse el sitio Multinivel aparecieron modelos como Mariana, quien vestía de mezclilla, descalzada y debajo de la chaqueta asomaba discretamente su desnudez. Otra modelo, de nombre Amalia Bar, estaba en traje de baño negro, posaba su cuerpo libre de grasa recargado sobre una barra de fina made­ra que bien podría ser el interior del algún yate. Petra Hlo, de apariencia extranjera; ojos verdes, piel blanquísima y el cabe­llo rubio recortado a la altura del cuello. En la foto inclinaba el tronco hacia adelante, mostrando parte de los senos; detrás había una jaula con tigres.

En Elefante 81 sólo pude encontrar el domicilio de Leticia Gómez Islas, quien la única vez que señaló haber atendido al equi­po de transición fue ese 7 de septiembre. En los actos oficiales posteriores para los que se contrataron a edecanes por parte del equipo de transición no volvieron a llamarla.

—¿A dónde mandó a sus modelos? —le pregunté a la dueña de la agencia cuando pude contactarla por teléfono.

—Fueron dos extranjeras. Las mandé a las oficinas de la colo­nia del Valle. Me habló el señor Hugo Martínez diciendo que las querían para ese mismo momento, en calidad de ya. Me hubie­ra gustado mandar a dos mexicanas por el tipo de evento del que se trataba, pero no fue posible. Era un trabajo para ahorita. Nos recomendaron dos de nuestros mejores clientes de la Cámara de Diputados y del Senado.

—¿Recuerda la fecha? —insistí mientras trataba de encontrar alguna otra pista observando el recibo.

—No, pero fue antes de que Felipe Calderón fuera presiden­te. Es más, yo no tengo nada que ver con él, ninguna relación personal. A mí me llamaron para contratar el servicio de mode­los, como lo vengo haciendo desde hace 20 años.

—¿Fue para festejar la entrega de la constancia de mayoría?

—Sí, creo que para eso.

—¿Cómo lo explica si el festejo por la constancia fue dos días antes, el 5 de septiembre?

—No recuerdo bien, pero estoy segura de que fue para un evento chiquito.

—¿A qué evento se refiere, si el día 7 de septiembre no hubo festejos públicos?

—¡Claro que sí hubo! —para entonces, Leticia Gómez ya estaba endureciendo el tono de la voz; sus respuestas eran rápi­das, cortantes, estaba a punto de estallar.

—El presidente electo sólo tuvo reuniones de trabajo ese día. La celebración por la constancia fue el 5 de septiembre…

—¿Cómo que no? Claro que sí hubo festejo: a mí me habla­ron para enviar a las modelos en calidad de urgente.

—¿Por qué su empresa no aparece en el Registro Público?

—Porque trabajo como persona física. Lo que te puedo decir es que a mí me pagaron por dos modelos, como te dije, para un evento chiquito. Además, en el Registro Público de la Propiedad no te informaron bien: el alta de la empresa ya está en trámite.

En seguida, a través del auricular escuché ese punzante soni­do que producen los números ocupados. Colgó.

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