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El pudor y un pepino
De la pluma del sacerdote Sergio Román del Real ha salido recientemente un texto sobre el tema del pudor, que habrá de usarse para el Encuentro Mundial de las Familias, que se llevará a cabo en México durante enero del 2009. En el documento, el clérigo católico sugiere que el pudor de antaño es el antídoto contra la agresión sexual.
Esta postura emanada de la Iglesia católica mexicana, al igual que otras emitidas respecto a temas sexuales, políticos e incluso fílmicos, podrá parecer a muchos aberrante y machista, pero lo cierto es que la Iglesia católica, al igual que las otras denominaciones existentes en el País, tiene derecho a expresar sus posturas.
Sin embargo, el problema es cuando se quieren llevar creencias religiosas al ámbito de ley.
En efecto, el documento referido, distribuido por diversos medios de la Arquidiócesis de México, asevera que para que las jovencitas eviten sufrir una agresión sexual deben evitar la ropa provocativa, cuidar las miradas y los gestos en público, no quedarse con un hombre a solas, no aceptar "chistes picantes" y correr por ayuda cuando sospechen que hay una "mala intención".
"Cuando exhibimos nuestro cuerpo sin recato, sin pudor, lo prostituimos", dice Román del Real, "porque provocamos en los demás sentimientos hacia nosotros a los que no tienen derecho, a no ser que deseemos ser propiedad pública, es decir, que nos prostituyamos, aunque sea mentalmente. Eso es la pornografía: una prostitución mental".
Mi parte favorita del texto, no obstante, es cuando desde las catacumbas del Siglo 18, el canónigo asevera que hoy las jóvenes visten minifaldas, ombligueras y bikinis, "mostrando su cuerpo como si fuera la cosa más natural".
Le confieso que es sumamente tentador mofarse de tal razonamiento, sin embargo, dejaré para la charla de café el cotorreo, y le seré muy honesto: por muy aberrante e inclusive peligroso que parezca lo dicho por este personaje, ya que parece librar de toda culpa a los violadores, como si el enseñar ombligo justificase un asalto sexual, lo cierto es que Sergio Román del Real y la Iglesia a la que pertenece tienen derecho a poseer esas creencias.
Si mal no recuerdo, y salvo que Carlos Abascal y sus amigos la hayan cambiado, la Constitución aún consagra para el individuo la libertad de profesar la creencia religiosa que más le agrade, amén de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia.
¿Cuál es el problema, entonces? Hasta ahora ninguno, pero en repetidas ocasiones la Iglesia católica mexicana ha intentado antes llevar al plano de la ley, por sí o por sus más férreos creyentes allegados a puestos públicos, lo que profesa para el ámbito estrictamente individual y espiritual. Esto es indudable, y si no fuera por Juárez (que Dios tenga en su santa gloria), hoy estaríamos peor que en el siglo antepasado.
Ejemplos sobran, del aborto al condón, y de elecciones presidenciales a minifaldas y a manifestaciones artísticas, el problema nunca ha sido con la fe católica en sí, pues es tan respetable como cualquier otra, sino con los intentos de llevar sus premisas a la fuerza y para todos, católicos o no. Si no cree que esto es peligroso para el país y para su verdadero desarrollo, vea solamente lo que está sucediendo en el Medio Oriente.
El 10 de agosto, el Daily Mail inglés publicó una historia que podría ser cómica si no fuera por la tragedia de quienes la sufren. En las regiones de Iraq controladas por el grupo extremista Al Qaeda, la imposición de severas leyes de corte religioso ha llegado a extremos de ejecuciones y abusos, amén de llegar al absurdo.
La más reciente es la prohibición sobre las mujeres para comprar pepinos. Sí, leyó bien: pepinos. A decir de este grupo, los pepinos solamente pueden ser adquiridos por hombres, toda vez que son un símbolo fálico y, por ende, masculino. Las mujeres, no obstante, pueden comprar tomates.
A decir de ciertos líderes tribales iraquíes, los fanáticos han llegado a matar cabras por la sencilla razón de que sus partes privadas no estaban cubiertas y tenían la cola levantada. Eso, sin contar con los previsibles ataques a salones de belleza y tiendas de cosméticos, así como amenazas a quienes se rasuran la barba o usan el cabello largo.
Afortunadamente, señalan los reporteros del Daily Mail (que de por sí es un diario conservador), estas aberraciones han comenzado a costarle apoyo a Al Qaeda entre la población, y cada vez pierden más adeptos.
El asunto que nos interesa es que hay una línea muy clara entre la creencia religiosa y la ley. Medidas como las tomadas por Al Qaeda en las regiones donde tiene control no son distintas en esencia a la prohibición de minifaldas o a la abierta lucha contra el condón.
¿Es eso lo que queremos los mexicanos?, ¿que la jerarquía de una religión imponga en el ámbito público las creencias del ámbito privado?, ¿cuál sería la diferencia entre México e Iraq, entonces?
Si de escribir cosas se tratase, las posturas de la arquidiócesis y de ciertos extremistas me entretendrían tanto como leer Memín Pinguín, que es divertidísimo. El problema es que nos quieran elevar a leyes y reglamentos las posturas de unos cuantos, y ahí es donde, a golpe de Constitución, tenemos que poner en su lugar a los emisarios del siglo antepasado.
javieralberto@gmail.com
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