¡Viva el sarampion!
Hoy quiero invitar a todos los lectores a no vacunarse ni permitir que sus hijos sean vacunados contra el sarampión. La razón es muy sencilla: porque rechazo que el sarampión ayude a evitar el contagio. Es más, la vacuna del sarampión solamente agrava el problema. Me explico a continuación.
Primero hay que saber qué es el sarampión. El sarampión es una enfermedad infecciosa, que se manifiesta como una erupción cutánea, al igual que la rubéola y la varicela. Esta enfermedad se presenta frecuentemente en niños a causa de un virus (morbillivirus). Además de las manchas en la piel, el paciente con sarampión presenta fiebres y un estado general debilitado.
En casos extremos, la vida del paciente puede ser amenazada a causa de inflamación de los pulmones y el cerebro.
El sarampión es altamente contagioso, ya que se contrae por fluidos nasales y bucales de una persona infectada no sólo por contacto directo, sino también a través del aire.
Así, pues, existen dos formas de combatir el contagio de sarampión: una, obviamente, tomar precauciones para no tener cercanía ni mucho menos contacto alguno con el enfermo de sarampión. El problema, no obstante, es que durante el periodo de incubación, que es de 4 a 12 días, el paciente no presenta los síntomas distintivos del virus; la otra alternativa es la vacuna triplevírica SPR, que ha reducido el número de infecciones en el pasado.
Actualmente, Japón es uno de los países azotados por el sarampión, llegando al caso de cerrar escuelas y otras instituciones para contener el problema. En el resto del mundo, a pesar de los avances obtenidos, siguen presentándose brotes, y las organizaciones de salud continúan luchando por erradicar las tres enfermedades combatidas por la vacuna SPR (sarampión, paperas y rubéola).
No obstante todo lo anterior, me opongo a la vacunación, pues la distribución de ésta agrava el problema. La epidemia se puede evitar, y léame cuidadosamente, pues solamente yo tengo la respuesta, mediante la renovación espiritual y humana.
Así es. Eso y además, obviamente, mantenerse alejado de las personas infectadas, no importa que los síntomas no sean detectables a simple vista al principio de la enfermedad.
Ahora, querido lector, le pregunto: ¿no cree que esto último es un arsenal de sinsentidos?
Sí, lo es, y es exactamente lo que Benedicto XVI, dijo durante su primer viaje a África. La única diferencia es que el líder del Estado Vaticano infirió todo lo anterior no respecto al sarampión, ni la rubéola, ni las paperas, ni la poliomielitis, sino respecto al sida.
Para Joseph Ratzinger no importa en absoluto que en África subsahariana habita el 67 por ciento de las 33 millones de personas portadoras del virus en el mundo, ni que éste haya provocado hasta el momento más de 25 millones de muertes desde la década de 1980. No importa. Para el Papa alemán, distribuir preservativos y promover su uso no ayuda a solucionar el problema, sino lo agrava solamente. La solución, como mencioné más arriba, es para él "la renovación espiritual y humana".
Lo dicho por Ratzinger es igual de bárbaro que oponerse a la vacunación contra el sarampión, la rubéola, las paperas y la poliomielitis, como si fuera inteligente el siquiera pensar que es 100 por ciento posible poner a los infectados en un campo de concentración para evitar que se propague la enfermedad. ¿O es acaso eso lo que quiere?
Lo declarado por el clérigo es un insulto para los africanos y para el mundo entero, propio de un mundo de fantasía en el que solamente parecen habitar habitan Carstens, Germán Martínez y Natividad González Parás, entre otros.
Afortunadamente, Regine Stachellhaus, de la sección alemana del UNICEF, rechazó esas declaraciones y señaló que los adultos y jóvenes deben saber sobre las formas de contagio del vih y cómo protegerse.
Todo ello, como parte de una campaña mundial según el principio ABC; esto quiere decir, A por abstinencia, B por fidelidad, y C por el uso de condones.
Eso, y no lo dicho por Ratzinger, es realista y es humano.
Realista porque reconoce que los humanos son seres falibles, y humano porque reconoce que la prioridad debe ser proteger la vida de las personas, no una doctrina.
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